Apenas distinguía la sombra en su ente
y llevándola al exilio
que estaba escrito ya en la antesala del útero materno
se preveía su porvenir,
un futuro marcado por la frustración y la melancolía
donde más tarde integraría los fracasos
con la tinta de su misma sangre en angustias terribles
quedándose incrustadas en la piel para la posteridad.
Absorbió y quemó todo lo que a su alcance dispuso
a manos llenas sin satisfacción,
buscando un norte que jamás encontraría,
alcohol, drogas, sexo callejero por mero placer físico
hasta la extenuación,
postrado en el fango tocando fondo,
que más tarde las neuronas no recuperarían
la lucidez que por momentos presumía,
espejismo que los demonios danzantes burlaban en sus agonías.
(Miedo y temor, asesino de días)
En el desconcierto, destruido, intentando morir lentamente de hastío,
aún insiste,
en palpar con los dedos, que al leve roce arrasan la ternura exiliada,
pulverizarla, y arrastrándose al devastador abismo, cobarde anómalo,
inconsciente del mágico elixir, -regalo de vida-,
que nunca sentirá en su ser, ni jamás sabrá dar, aún redimido.
En los infiernos subsiste hasta la eternidad,
en una oscuridad sombría.
Imposible que conozca el amor una psique transmutada y derrocada al olvido,
ni habrá lienzo que pueda trazar si el corazón está maldito.
Peregrino en la catarsis de las emociones quedará.
(Amor en remolinos son acantilados).
Yayone Guereta.