Sobre la redondez de mi ombligo
dejó el suspiro,
aquel que me llevó al asilo
de su infierno maldito.
De mi pecho hizo
el hogar de sus martirios,
donde al roce del calor de mis senos,
florecía como un niño.
Entre el espacio de sus piernas
mi suplicio,
la sentencia de muerte,
haciéndome yacer allí mismo.
Si fuese menester
en ese momento de paz,
gloria y crucifixión de mis adentros...
vendería mi alma al diablo
si me lo pidiese,
por morir en su averno.
Entonces supe, que fui.
Yayone Guereta.
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