Me llamó el amor
ofreciéndome sus caminos duros y accidentados,
y siguiéndolo a ciegas sin titubear en cada paso,
me envolvió en sus alas sin mostrar la cara de la daga oculta en su plumaje,
del que no se sale ileso y la herida que deja es mortífera.
Creí en su voz,
dejándole desbaratar la calma de mis días
a sabiendas que traería la crucifixión en mi existencia,
-así como engrandeció mis sueños,
los podó de raíz sacudiéndolos duramente-
en plena desnudez de entrega apaleó sin piedad
dejando al descubierto la fragilidad del corazón
ahora temeroso y diluido en lágrimas negras.
(Nunca es demasiado sentir la ternura de una caricia,
más si conocer el dolor que desampara).
Yayone Guereta.
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