Queda en la ausencia del silencio,
el que calla y muere
por la desolación de su propio reflejo.
Habla la oscuridad del alma peregrina de luz
la que quedó en eso,
exhausta en noches de soledad
ciega, sin habla de palabras,
en su jaula encerrada sin huecos
ni rendijas que oxiden el poco oxígeno
aire que falta y ahoga por dentro.
Los cuervos saciaron la sed de sus ojos,
las lágrimas que quedaron filtradas,
son el recuerdo de la voz sellada,
con la que a veces observa
sintiendo el temblor en el cuerpo,
y con la mirada rota,
ve los escombros que le empujan a un tiempo,
el que desecha al olvido sintiendo.
Es consciente que jamás será beso,
ni caricia, y menos,
aurora boreal de ninguna piel
en el amanecer de algún lecho,
ni pálpito que suspire un corazón latiendo.
Traspasa y cede el testigo a los amantes,
a los que aun tienen el privilegio
de sentir y arrullarse,
desde la libertad
sin temer la locura de amarse,
desde el principio hasta la eternidad
que solo los locos atreven a suicidarse.
Yayone Guereta.
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