En sus cordilleras quiero perder hasta el nombre,
el que deshace la boca
al querer pronunciarse,
vestir la noche de terciopelo,
el pétalo de
rosa que va desgranando sus vestiduras,
mostrando el ansiado néctar,
la
dulce miel que los labios liban.
Robándole el tiempo al reloj para
cometer mi delito,
implacable atenta sobre el cielo cubriéndolo con
nubes,
como retrocediendo,
parando el momento,
y yo lo imploro.
Imploro con tesón,
con la fuerza suficiente de aclamar al nuevo día,
el
que traerá el sol,
y con él, el deseo de alcanzar su colina.
Habitar como una diosa en su olimpo,
ser oración y credo sin misticismos.
Y florecer en su tierra salvaje sin algoritmos,
con la inocencia de la
piel que por primera vez se prueba,
la que no se olvida en siglos.
Es la ausencia que va convirtiéndose en olvido,
la que cruje en los
sentidos y deja el alma rota,
rompiéndose en mil pedazos,
al no poder
sentirlo mio.
Yayone Guereta.
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